15 marzo 2010

 

Una historia de la Shoah.

Erik Dominguez me manda esta historia como homenaje a las víctimas de la Shoah. Eesta historia sencillamente nunca ocurrió, pero la verdad, creo que una vez leida entendereis que eso poco importa.

Me llamo Tuvia Grossman, ahora tengo 69 años, pero no siempre fui un viejo. Aunque no te lo creas, yo también tuve los 30 años e incluso 9 años, la misma edad que tu puedas tener ahora, de hecho con esa edad me ocurrió algo que compartiré ahora contigo. Me remonto al año 1942, los nazis estaban en plena solución final contra nosotros, los judíos. Yo era tan solo un infante de 9 años, pero recuerdo perfectamente aquel suceso. Yo me encontraba viviendo con una familia alemana amigos de mis padres. Esta familia, pese a ser Alemanes no entendían de racismo, eran de los pocos alemanes que también nos veían a los judíos como lo que éramos, seres humanos.

Mis padres habían ido de viaje en tren y antes de irse una madrugada me llevaron con esta familia que me adoptaron rápidamente y me cambiaron el nombre con el que hoy me he presentando por el de Herman Jenssen. Mas tarde comprendí que mis padres no se fueron de viaje sino que se los llevaron a un campo de concentración para nunca volver. Me siento tremendamente orgulloso de mis padres, ellos me dieron dos veces la vida, una al nacer y otra al librarme del holocausto.

Pero bueno, sigo, resulta que al principio yo, como buen niño enmadrado echaba mucho de menos a mis padres, pero los Jenssen se portaban muy bien conmigo, me trataban sin
distinción alguna entre sus otros hijos, tanto es así, que incluso mejor que a sus hijos diría yo pues el pedazo de pastel mas delicioso era para mí, la porción más grande del bistec me lo servían a mí, etc, mas tarde entendería también que era producto de un sentimiento de culpabilidad por lo que sus compatriotas alemanes nos habían hecho a los judíos y en concreto a mis padres.

Resulta que todo marchaba bien y tras un año y medio con los jenssen, un buen día unos señores altos, fornidos y con cara de muy pocos amigos se presentaron en la casa de los jenssen. Otto, el cabeza de familia, me indicó que debía meterme en el desván corriendo y que estuviese completamente en silencio, el jamás me había alzado la voz pero ese día estaba histérico. Yo lo hice sin vacilar. Cuando esos señores entraron al salón de la casa, La mujer de Otto, la señora Beatrice, les ofreció un café, o un té, pero ellos lo rehusaron muy seriamente, por mucha amabilidad que les ofreciese parecían inmunes a ello, como si no tuvieran sentimientos, gélidos por dentro tanto como el tiempo que hacía fuera en la calle.

Uno de ellos de repente dijo, figura en el libro de familia que ustedes adoptaron un hijo alemán huérfano hace un año y medio no es así?; Sí, respondió con voz temblorosa Otto. Pues quisiéramos verle para una revisión rutinaria. Otto sabía que en el momento en que me auscultaran verían realizada en mis partes la señal del pacto entre D‐os y su pueblo que mis padres biológicos me hicieron al nacer, pues aunque no lo había comentado, mi padre se llamaba Aaron Levi Grossman, y era un levita y un Mohel, es decir, rabino y médico encargado de realizar las circuncisiones.

Por donde iba, ah sí, pues resulta que el señor Otto Jenssen dijo que había salido a clases particulares y que volvería tarde, los oficiales de las SS no muy convencidos dijeron que pasarían mañana a la misma hora y que por el bien de toda la familia era mejor que estuviese yo en casa. Ellos habían oído rumores de casos en los que judíos daban a sus hijos en adopción a Polacos Y Alemanes para que los cuidasen y salvar así sus vidas, y querían comprobar si yo era uno de esos ejemplos.

Otto y Beatrice asustados comentaron que lo mejor sería mandarme a casa de un amigo de Otto en Manchester para que ellos a su vez me mandaran a uno de esos barcos con destino a la mal llamada Palestina que zarpaban casi a diario desde Inglaterra. Y así lo hicieron, pagaron mucho dinero para que un adulto me acompañase desde Alemania a Manchester y después otro montón de dinero para pagar el barco hasta Israel. Jamás pude entender todo esto hasta que me hice adulto, sino hubiese hecho más por los Jenssen y se lo hubiera pagado mucho mejor de algún modo.

Solo y asustado llegué a esa tierra de la que mis padres tanto hablaban, aquella con la que me contaban historias para poder dormir, pensé, ojalá mi padre pudiera ver esto, es Jerusalem, la capital de la tierra prometida. Con tan solo 10 años, fui mandado a un kibutz al norte, Rishon le Zion se llamaba, y allí me enseñaron el hebreo escrito y pude estudiar y aprender varios oficios. Cuando terminé mis estudios en la universidad hebrea de Jerusalem, allá por el año 1967 acaba de estallar la guerra de los seis días, y pese a que Israel estaba solo, como yo, ganó
la batalla a la vida y al mundo, curiosamente como yo.

De hecho, he pensado muchas veces que yo debí haberme llamado Israel y estoy seguro que si mis padres hubieran sabido todo esto, así me hubiesen llamado. Total, cuando la guerra acabó, Israel estaba necesitada de potentes diplomáticos que hablasen
Alemán, y como yo aun lo recordaba me llamaron para formar parte del gobierno de Israel. Yo como podéis imaginar dije que sí sin dudar. Así que me citaron para esa misma semana en la Knesset, y yo con los nervios propios de un chiquillo fui rápidamente, tan rápidamente que me equivoqué de día y me presenté un día antes.

Al llegar, un hombre alto me recibió en su despacho, y el caso que a mí me sonaba su cara pero con lo nervioso que estaba no caí en la cuenta de quién era, pero de repente alguien tocó a la puerta del despacho donde estábamos ese hombre alto y yo sentados, y dijo. Señor Eshkol quería decirle que…, disculpe señor, no sabía que estaba usted ocupado… y se marchó. Al son del cerrar de la puerta caí en la cuenta, era el mismísimo Levi Eshkol, primer ministro de Israel que nos había dado la victoria en la reciente guerra denominada después como la de los seis día.

Casi pierdo el conocimiento al enterarme, tan pálido me puse que el señor Eshkol me ofreció agua y me dijo: Estás bien chico? Tartamudeando me salió algo parecido a un Sí, que se parecía más a un ssss, pero que se entendió perfectamente. Tras reponerme un poco, le expliqué para que había ido y el me dijo: Le estábamos esperando señor Grossman. Desde ese día pase a formar parte del consejo de ministros. Poco a poco fue pasando el tiempo y me iba consolidando en el puesto, además hice algunas
amistades, particularmente entablé especial amistad con una vieja gruñona pero sumamente persuasiva, se llamaba Golda Meir.

Esta señora en los postreros años llegó a ser primer ministro en Israel, la única mujer hasta ahora que logró semejante hecho. Y Como yo era amigo de ella, pues seguí formando parte del gobierno como ministro de Igualdad. Un día paseando por Jerusalem camino del kotel, ví a una persona, de aspecto anciano, acompañada de otra aun más anciana con un cartel en un idioma muy de moda en Israel y que había surgido hacía relativamente poco tiempo, era el yiddish, el cartel decía: busco a mi hijo. Yo como sabía hebreo y alemán pude interpretarlo, pues el yidish es una mezcla entre Hebreo
y alemán.

Me acerqué a él y pregunté al hombre, busca usted a su hijo?, y él me respondió Sí. Pues está usted de suerte, creo que podré ayudarle, soy ministro de Igualdad y tengo acceso a los archivos de las familias de éste joven país. Si usted me apunta en un papel sus apellidos podré ayudarle a encontrarlo, entonces, el otro anciano que estaba junto al del cartel lo interrumpió y dijo, también es mi hijo. Entonces yo me preocupé, (hijo de dos hombres no podía ser), y pensé, son dos locos con el síndrome de Jerusalem y yo les he dado carrete, pero bueno me apuntaron los apellidos en el papel y yo sin mirarlo lo metí en mi bolsillo.

Les pregunté a los ancianos, tienen ustedes donde alojarse?, y ellos me respondieron No. Yo entonces los llevé al Albergue comedor municipal y los dejé allí. Por la tarde cuando llegué a la oficina fui a sacar una moneda del bolsillo para tomar café y saqué el papel que me habían dado los ancianos y que yo lo tenía ya olvidado. Y pensé, bueno, qué diantres, me pica la curiosidad, vamos a intentarlo, en el caso de que fuese de algún modo cierto ningún padre debería estar sin su hijo. Al mirar el papel quedé aún mas blanco que cuando vi a Levi Eshkol. Decía el papel. “Mi hijo se
llama Tuvia Grossman”, y justo debajo ponía: “y el mío se llama Herman Jenssen”.

Las lágrimas empezaron a brotar de mis mejillas sin poder contenerlas, y seguí leyendo como pude, decía: “nuestros nombres son Aaron levi Grossman y Otto Jenssen”. Cogí rápidamente el abrigo y marché corriendo al albergue municipal. Cuando llegué, vi en los ojos de mis padres que ellos ya sabían quién era yo desde el principio. Y los abracé con toda la fuerza que pude y me los llevé a mi casa. Lo siguiente que hice fue tramitarles la ciudadanía y el pasaporte Israelí y proporcionales mi hogar como apadrinamiento para ello.

Después me contaron sus historias, resulta que cuando los Rusos liberaron Auszchwitz en Enero de 1945, mi padre aún seguía vivo, no así mi madre, pues ella no desarrollaba el trabajo de un hombre y simplemente la gasearon. Al salir de Auszchwitz, no tenía ni dinero ni fuerzas, pero sí un objetivo: Buscarme. Así que se dirigió a casa de los Jenssen, al llegar allí tiempo después descubrió todo lo que había ocurrido, Otto se lo contó, y le contó también algo que yo no sabía, y es que cuando los oficiales llegaron al día siguiente a por mí y vieron que no estaba, como castigo, se llevaron a los hijos y la mujer de Otto, a Beatrice, y Otto entró en una profunda depresión, depresión que mi padre biológico Aaron Levi le ayudó a superar gracias a sus conocimientos filosóficos de la Torah y el Talmud.

Y Ahora por fin, tantos años después, juntaron el suficiente dinero y decidieron venir a buscarme. Y hoy después de éste tortuoso destino heme aquí, con mis padres, aun cuando todo estaba ya perdido, he vuelto a nacer, podía un padre dar la vida 2 veces a un hijo?, pues con ésta ya iban tres. Le puedo garantizar al que me esté leyendo que uno no sabe lo que es la vida, el amor y sobre todo la felicidad, hasta que algo así le sucede, es en ese instante cuando todo cobra nuevamente vida y cuando puedo decir claramente y en voz alta que Einstein se equivocaba, D‐os si juega a los dados, lo que ocurre es que se reserva la mejor tirada para el final.

Comments:
Hola Daniel,

Como creo que vives en Bilbao, me gustaría saber si existe alguna asociación de ámbito vasco de solidaridad con Israel o con el pueblo judío, igual que ocurre en Galicia o Cataluña.

Saludos.
 
Estimado Daniel, tienes un premio en mi blog, el 11 de Abril, puedes recogerlo cuando quieras.

Un saludo.
 
Lo que no explica el texto es la cantidad de judios masacrados en el holocausto, ya que segun informes israelies la poblacion hebrea nunca bajo de 14 millones entre 1933 y 1950, espero respuesta, saludos.
 
Lo que no explica el texto es la cantidad de judios masacrados en el holocausto, ya que segun informes israelies la poblacion hebrea nunca bajo de 14 millones entre 1933 y 1950, espero respuesta, saludos.
 
Pfff! Los lloriqueos constantes de los judíos sobre la Shoah, se vienen abajo cuando hablamos de criminales como Solomon Morel, causantes de la muerte de miles de civiles alemanes, y al cual el estado israelí denegó su traslado a Polonia o Alemania para ser juzgado por su actitud animalesca.

Obviamente, mejor no mentar tales súcubos, no vaya a ser que te conviertas ipso facto en un pérfido antisemita...
 
Que hermosa y a la vez trágica historia, la verdad no veo como un niño de 9 años pudo soportar los años de la guerra huyendo, al final se le recompenso su esfuerzo con este reencuentro.

Un abrazo.
 
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