21 enero 2008
Israel en busca de liderazgo.
Isi Leibler escribe sobre la falta de liderazgo e incapacidad de asumir errores entre la clase política actual en Israel, muy distinta de la que lideró al país desde su creación hasta el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995.
Theodor Herzl era calificado por la mayor parte de los judíos occidentales y con educación como un excéntrico que promovía ideas utópicas completamente irrealizables. Incluso dentro del propio movimiento sionista, David Ben-Gurión se enfrentaba a una enorme oposición mientras luchaba con firmeza por la autodeterminación judía, surgiendo como el líder dominante inmediatamente después del Holocausto.
Lo mismo se aplica también a aquellos que le sucedieron. El ejemplo más extremo fue el de Menachem Begin. En siete ocasiones perdió las elecciones y durante casi 30 años no estuvo sino condenado a la irrelevancia, vergonzosamente difamado, y hasta condenado por fascista hasta su extraordinaria victoria electoral de 1977. Hoy es reconocido como uno de nuestros mayores líderes nacionales.
¿Qué comparten todas estas personas de orientaciones políticas diferentes? Todas tenían visiones y estrategias en las que creían genuinamente y estaban convencidos de que servirían mejor a los intereses de la nación. Permanecieron firmes y rehusaron ser disuadidos incluso cuando la opinión pública se opuso a sus ideas. Raramente permitieron que una agenda personal interfiriese o influenciase la formulación política.
Fue a lo largo de la dirección de Ehud Barak que los intereses estratégicos a largo plazo de la nación pasaron a ser relegados a una posición de segundo plano y quedaron subordinados a una agenda personal. Los altibajos políticos de Barak alcanzaron su clímax hacia el final de su mandato, momento para el que estaba ya haciendo declaraciones por la tarde que contradecían a las que había realizado por la mañana. Sus políticas estaban cada vez menos determinadas por lo que percibía el interés del público, y más determinadas por la opinión pública. Desde ese momento, las encuestas de opinión y no los principios determinaron el interés nacional.
Ariel Sharon refinó este enfoque en una forma de arte, utilizando los servicios de encuestadores y expertos en relaciones públicas como nunca antes. Todo esto ha alcanzado ya su punto álgido más cínico bajo Olmert, cuya agenda entera da la impresión de estar dominada por su obsesión predominante completamente pública de conservar el poder. Para promover esto ha estado ajustando sus políticas para encajar con la voz popular según lo reflejado en las encuestas de opinión. Pero hasta esto ha fracasado a la hora de mejorar sus cifras de popularidad.
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Israel no se puede permitir el lujo de tener politiquillos ineptos dirigiendo el país. Al menos la gente, en lo que he podido ver allí y según con los que he hablado, lo tienen mucho más claro.
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