17 septiembre 2007
El recuerdo que no puede ser borrado.
Antonio José Chinchetru rememora la enriquecedora e inolvidable experiencia durante sus visitas al museo del Holocausto "Yad Vashem".
Han pasado casi cuatro años de mi primer contacto con la Autoridad Nacional para el Recuerdo de los Héroes y Víctimas del Holocausto, Yad Vashem, en Jerusalén. En septiembre de 2003 tuve la suerte de ser uno de los asistentes al primer seminario sobre el Holocausto para españoles que organizó dicha institución israelí y estar presente en los actos celebrados con motivo del cincuenta aniversario de su fundación. Fueron nueve días de intensas emociones y profundo aprendizaje personal, al tener que enfrentarme cara a cara con la realidad que supuso tan horrible crimen contra la Humanidad. Desde entonces lo he vuelto a visitar en otras cuatro ocasiones. En una de ellas pude asistir a una de las clases en las que los expertos del centro formaban a supervivientes del genocidio tutsi en cómo mantener el recuerdo del mismo.
Aunque las partes más visibles para los visitantes del Yad Vashem son el Museo del Holocausto y los diferentes memoriales existentes en el complejo jerosolimitano, la institución es mucho más. Desde su fundación, hace ahora cincuenta y cuatro años, es un importante centro de documentación, investigación y formación sobre el Holocausto. No hay en él, eso sí, lugar para la memoria como arma arrojadiza. El recuerdo del asesinato de seis millones de judíos a manos de los nazis y sus cómplices no busca culpar a nadie por lo que entonces ocurrió más que a quienes lo hicieron posible entonces.
Pero sin duda alguna es en el Memorial de los Niños donde el choque emocional es más fuerte. Es una gruta escavada en recuerdo del millón y medio de menores judíos asesinados por los nazis. Las cinco veces que he entrado en él he salido con lágrimas en los ojos, al igual que todas las personas que me acompañaban. Tras descender una pequeña rampa, se entra en un pequeño vestíbulo con fotos de niños muertos en los campos de exterminio, a través del cual se entra en una sala a oscuras. Un juego de espejos convierte unas pocas velas en la que parece una cantidad infinita de llamas, mientras que una grabación que nunca para va recordando a cada uno de ellos por su nombre.
Si el Memorial de los Niños arranca las lágrimas a cualquier visitante, en el Valle de las Comunidades uno se siente diminuto. Se trata de un impresionante laberinto que reproduce el mapa de Europa. En sus altísimos muros, que se alzan varios metros, están escritos los nombres de todas y cada una de las comunidades judías desaparecidas durante el Holocausto.