12 marzo 2007

 

La ansiedad rediviva.

Gustavo Daniel Perednik nos habla de la nueva judeofobia de la progresía así como del autoodio de algunos intelectuales judíos.

El impulso para destruir el Estado judío (el único de los 192 Estados del orbe que padece tamaña amenaza) no ha reculado; irrumpe hoy con mayor prestigio, y anuncia la destrucción como al heraldo de una era de paz (omiten que dicha campaña civilizadora deberá pasar por la muerte de varios millones de hebreos).

La violencia que en 1938 emanaba desde Berlín justificada en la ideología de una raza superior, emana en 2007 desde Teherán bajo el credo de una religión superior. Raza y religión tienen en común ser cortinas de humo para el ansia de imponerse por la fuerza en el mundo entero. Frente a ese ímpetu devastador, una Europa claudicante nuevamente se entrega en el altar del apaciguamiento.

El antisionismo militante de la Europa suicida viene convocando a apellidos judíos para intentar impedir que se revele su judeofobia. Ocultan de este modo que ser antisionistas es precisamente el modo actual del odio. La judeofobia de hoy no arremete contra la religión o la fe del pueblo judío, sino contra su Estado. La versión medieval aspiraba a remover al judío de la sociedad, la contemporánea intenta aislar a su Estado de la familia de las naciones. Israel es censurado como ningún otro país, el único en ser rutinariamente vilipendiado de nazi. Y el quid no pasa por cuánto sea criticado, sino por la exclusividad y el desproporcionado ímpetu de esa crítica. La característica primordial de la judeofobia es su obsesión, que cabe ejemplificar con un par de ejemplos recientes personificados en sendos fiscales, uno venezolano y otro ruso.

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